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Gorrión. Antonio Romero |
DÉJALES el odio, mi pequeño,
su mirada de envidia,
y su recelo, déjales el miedo
que envuelve sus falsas
corazas de hierro.
Déjales, pequeño, y no quieras nunca
vestir su piel ni sentirlo de cerca:
los corazones con odio no vuelven
a sonreír jamás.
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